El 21 de Diciembre de 2016 a las
10:44 UTC tiene lugar el Solsticio de Invierno.
A las buenas
tardes, diría un campesino de hace muchos años. Un hombre del campo que viviría
en un pueblo, con una rutina cotidiana en la que nunca faltaba ese saludo o parecido con todos los caminantes que se
encontraba en su quehaceres habituales.
Porque en esta
sociedad tan urbanita se nos ha olvidado saludar, decir buenos días, hasta tal
punto que cuando vamos en un ascensor con más gente se produce un extraño
proceso: todo el mundo se mira atentamente las manos, los pies, o mejor dicho, los zapatos, que están arrugados
de caminar pero no de andar. Rehuimos mirar al de al lado, al de enfrente, con
suerte dejamos salir a ese señor de entradas blancas rayano en la cuarentena o
cincuentena que anda por la vida corriendo pendiente de una apretada agenda y que
tiene mucha prisa por llegar, a la
señora que va camino de la calle, quizás a pasear, porque no quiero pensar en que a lo mejor solo sale a hacer la compra
diaria y quiero soñar que baja en ese
ascensor después de un ritual ante un espejo, un armario, para ir a buscar un poco de vida que rompa con esa rutina tan cansina del
día a día, y que en un parque, en una terraza hay un café que lleva su nombre y
un tiempo que necesita atrapar solo para
ella, porque necesita soñar, necesita crear, para hacer algo que rompa esa rutina
silenciosa, se sentará y los rayos de un tímido sol invernal calentarán
tímidamente su cuerpo y la sangre correrá por sus venas con una alegría
distinta y ese tiempo será solo suyo y se sentirá inmensamente rica, rica en
tiempo.
Pero seguiremos pasando unos al lado de los otros
y no nos veremos, casi podemos decir que somos invisibles entre nosotros. Y a
pesar, o precisamente por haber llegado la Navidad, surgirá un proceso de
euforia mercantilizada, orquestada por las cadenas comerciales, en la que todos
tendremos una falsa euforia deseándonos todo
tipo de parabienes. Y se genera una
expectativa de ser felices a toda costa, porque toca, sin plantearnos qué
es la felicidad o en qué consiste, y eso originará en ocasiones una auténtica
angustia. Y sí, muchos deseos son sinceros y son percibidos como tal, pero es precisamente
en estos días donde más se acentúa la soledad, y en ocasiones con los más
cercanos, sin darnos cuenta muchas veces
de ello a pesar de tenerlos al lado.
A través de las redes sociales, en una sola tarde
me vi sorprendida por dos imágenes de origen muy diverso pero con un elemento
común, “la soledad”, en una de la imágenes había un adolescente o un niño (¡qué
más da!) rodeado de muchos juguetes y el chico lloraba desconsolado diciendo: “Yo solo quería un abrazo” y en el otro
un niño se abrazaba a un zapato y afirmaba: ”Cuando estén tristes abracen a un zapato, un zapato con-suela”.
Y fueron estas
dos imágenes las que me han hecho hacer este comentario. Vivimos en una
sociedad en que no nos vemos y una sonrisa es muy barata, una palabra
amable es muy gratificante, una mirada a nuestros ojos nos hace sentirnos
vivos y si encima un amigo nos escucha y apoya su mano en nosotros entonces
todo es mucho más fácil. Necesitamos tiempo para el tiempo, tiempo para vivir.
Necesitamos hablar, escuchar y que nos escuchen. Los niños necesitan menos
juguetes y más sonrisas, cuentos inventados contados riendo encima de una cama entre
carcajadas. Todos necesitamos sentirnos visibles, necesitamos querer y que nos
quieran, pero siempre recordando que las cosas, cosas son, solo eso.
Yo quiero, necesito palabras, miradas, gestos,
paz, y es eso lo que hoy quiero daros, desearos: tiempo, palabras, unos ojos
que os miren, una sonrisa, una caricia, una larga conversación o simplemente
unas pocas palabras, unos buenos días y un por favor, un muchas gracias, cosas
sencillas que hacen más fácil la vida. Gracias por ser mis amigos.