sábado, 22 de septiembre de 2018

HUELLA. Se ponía el sol...


  



Se ponía el sol, los bañistas casi habían abandonado totalmente la playa, pero  llegó un momento en que me quedé completamente sola, la brisa que llegaba del mar era cada vez más fresca y húmeda, casi resultaba extraña porque decían que estábamos en verano. El silencio se iba apoderando del espacio y el bramido de las olas entraba en competición con él. No se podía distinguir cuál de los sonidos era más poderoso, si aquel atronador silencio solo roto por algún graznido de gaviotas o el chocar del agua contra las rocas y la arena. Era la naturaleza que estaba compitiendo por retomar su poder, por recuperar su territorio. Yo era un ser extraño allí.
Me había quedado quieta, casi me daba miedo moverme porque en el fondo temía esos dos sonidos, que me generaban desasosiego, inseguridad. Tenía frio, no sé si a causa del viento o a causa de mi miedo. Mis pies se comenzaban a hundir en esa arena que en principio parecía seca pero que sorprendentemente ahora tenían un poco de agua a su alrededor, y sentí un escalofrío porque al darme cuenta pensé en que me podía quedar atrapada poco a poco  en esa arena.
Decidí moverme de forma cautelosa, casi sin manifestar ningún movimiento brusco, primero extendí mi espalda alargando mi cabeza hacia arriba como si un gigantesco  hilo tirase de mí, y de forma pausada, lentamente, fui extendiendo mi cuerpo hasta alcanza la verticalidad. ¡Lo había conseguido! Pero ahora tenía que salir de allí, moví un pie y sentí al hacerlo como si la arena mojada quisiese tirar de él para quedárselo, firmemente moví el otro pie y pensé, es sencillo , todo es cuestión de no parar, despacio para no llamar la atención y pasar desapercibido en mi movimiento, pero sobre todo no parar..
Mientras el poco sol que quedaba había quedado atrapado detrás de una duna, este era mi destino.
Por fin llegué a ella  y al hacerlo pensé que por fin lo había  conseguido. Al notar en mis pies la arena seca sentí al mismo tiempo por una parte su textura  que se empeñaba todavía en quedarse adherida a mis piel,  pero por otro lado sentía que todavía esa arena me seguía acompañando  generando una doble sensación, la del temor de no escapar a ella  pero también   una sensación de libertad al pensar que había podido escapar, huir.
Todo había sido como un sueño, un sueño irreal. Yo no tenía el por qué haber tenido miedo, era absurdo, la racionalidad me decía que lo que me había atrapado era la imaginación. Pero al pensarlo me giré sobre mí y me sorprendí al ver cómo me perseguían decenas de huellas, algunas de ellas  con un agua dorada en su superficie que vibraba amenazante por efecto del viento, mientras  otras estaban secas. Pero todas me seguían
.
Y yo creía que había conseguido escapar, pero. . . mis huellas me siguieron.

Mª Virtudes Várez Pérez.
22-9-18

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