Se ponía el sol, los bañistas casi habían abandonado
totalmente la playa, pero llegó un
momento en que me quedé completamente sola, la brisa que llegaba del mar era
cada vez más fresca y húmeda, casi resultaba extraña porque decían que
estábamos en verano. El silencio se iba apoderando del espacio y el bramido de
las olas entraba en competición con él. No se podía distinguir cuál de los
sonidos era más poderoso, si aquel atronador silencio solo roto por algún
graznido de gaviotas o el chocar del agua contra las rocas y la arena. Era la
naturaleza que estaba compitiendo por retomar su poder, por recuperar su
territorio. Yo era un ser extraño allí.
Me había quedado quieta, casi me daba miedo moverme porque
en el fondo temía esos dos sonidos, que me generaban desasosiego, inseguridad.
Tenía frio, no sé si a causa del viento o a causa de mi miedo. Mis pies se
comenzaban a hundir en esa arena que en principio parecía seca pero que
sorprendentemente ahora tenían un poco de agua a su alrededor, y sentí un
escalofrío porque al darme cuenta pensé en que me podía quedar atrapada poco a
poco en esa arena.
Decidí moverme de forma cautelosa, casi sin manifestar
ningún movimiento brusco, primero extendí mi espalda alargando mi cabeza hacia
arriba como si un gigantesco hilo tirase
de mí, y de forma pausada, lentamente, fui extendiendo mi cuerpo hasta alcanza
la verticalidad. ¡Lo había conseguido! Pero ahora tenía que salir de allí, moví
un pie y sentí al hacerlo como si la arena mojada quisiese tirar de él para quedárselo,
firmemente moví el otro pie y pensé, es sencillo , todo es cuestión de no
parar, despacio para no llamar la atención y pasar desapercibido en mi movimiento,
pero sobre todo no parar..
Mientras el poco sol que quedaba había quedado atrapado
detrás de una duna, este era mi destino.
Por fin llegué a ella y al hacerlo pensé que por fin lo había conseguido. Al notar en mis pies la arena seca
sentí al mismo tiempo por una parte su textura que se empeñaba todavía en quedarse adherida a
mis piel, pero por otro lado sentía que
todavía esa arena me seguía acompañando
generando una doble sensación, la del temor de no escapar a ella pero también una
sensación de libertad al pensar que había podido escapar, huir.
Todo había sido como un sueño, un sueño irreal. Yo no tenía el
por qué haber tenido miedo, era absurdo, la racionalidad me decía que lo que me
había atrapado era la imaginación. Pero al pensarlo me giré sobre mí y me
sorprendí al ver cómo me perseguían decenas de huellas, algunas de ellas con un agua dorada en su superficie que vibraba
amenazante por efecto del viento, mientras otras estaban secas. Pero todas me seguían
.
.
Y yo creía que había conseguido escapar, pero. . . mis
huellas me siguieron.
Mª Virtudes Várez Pérez.
22-9-18
No hay comentarios:
Publicar un comentario