domingo, 23 de septiembre de 2018

Pajaro.Era una mañana muy soleada, hace muchos años, casi 50. . .





Es invierno, en mi habitación hay dos grandes ventanales, las paredes están pintadas de azul, dos camas de madera de cerezo cargadas de historias con muchas vidas a sus espaldas , dos sillones de orejas de rejilla ,  que   flanquean la ventana de la derecha y en el ángulo derecho entre los dos ventanales una mesita hace de soporte a un espejo mágico que todos adorábamos, era un espejo muy grande con un simple marco de madera, con una doble voluta,  de color dorado  que había sufrido la pátina de los años,  mientras el cristal tenía pequeños puntos marcados que hacían presumir sus múltiples ubicaciones, el camino había sido largo. Era un recuerdo de otros tiempos y de otros lugares. A través de  esos puntitos oscuros que marcaban la luna por detrás cabía pensar que se trataban  de ojos misteriosos y secretos que te observaban de una forma amable, serena, condescendiente porque al mirarnos en él siempre sentíamos una sensación de placidez y amabilidad. 

Dicen que lo espejos tienen vida y yo creo que es cierto. 

En mi vida he tenido y tengo ciertos espejos que son parte de varias vidas, generaciones, con tal cantidad de vivencias y experiencias que pueden llegar a dar su opinión. En ocasiones la han dado, aunque no me creáis. Dicen que en los espejos se produce la autocontemplación y reflejo del Universo, y sí, ese era mi universo en aquel momento. 

Pero este espejo no te invitaba entrar dentro, participaba de tu vida, era un espejo dulce en el que siempre comprobamos, observábamos aquel vestido que te habías comprado y en el que consultabas sus cualidades con él, porque era amable y siempre devolvía una imagen dulce y tenía una propiedad mágica ¡hacia más delgada!

En ocasiones mi madre, con infinita paciencia me cosía un vestido y yo rebelde giraba, me movía, siempre había una razón para hacerlo. Un alfiler que me ponía en la costura para ajustarla, recoger un dobladillo y volver a mirarlo en el espejo para que diera su visto bueno el espejo y luego yo.
Pero en mi habitación había otra ventana que daba directamente al jardín  por la que en invierno entraba un sol vivificador, una luz esplendorosa que envolvía de vida aquella estancia, notaba ese sol en mi piel, era un calor diferente al de cualquier calefacción, era un calor lleno de vida.  Y a través de esta ventana un día encontré un regalo, había un manzano joven, plantado en el rincón aprovechando el “reser”, buscando el abrigo y el calor del sol, y entre sus ramas descubrí que quería tener una cámara de fotos para mí  sola porque veía como dos gorriones  jugaban entre los botones de los nuevos brotes de aquel árbol y me quedé quieta, tan quieta que mi madre pensó que me pasaba algo, porque no me movía nada, me había quedado completamente paralizada como si con mi movimiento pudiera asustar a los pájaros. Era un momento mágico. Tan mágico que hoy a mis 65 años todavía recuerdo y al que recurro en ocasiones para encontrar paz y serenidad, aquellos pájaros me la dieron  y me la siguen dando.

¡Mi habitación era mágica! Hasta un punto no creíble.

Pero pasaron los años y aquella ventana fue tapada para ampliar la casa y con ella desapareció aquel joven manzano y aquellos pájaros. Era el conjunto de aquello elementos los que conseguían la alquimia necesaria para la felicidad, un felicidad doméstica, pequeña y sencilla. 

¡Y ya nunca volvió a ser mágica!

Mª Virtudes Várez Pérez

23 -9-18

sábado, 22 de septiembre de 2018

HUELLA. Se ponía el sol...


  



Se ponía el sol, los bañistas casi habían abandonado totalmente la playa, pero  llegó un momento en que me quedé completamente sola, la brisa que llegaba del mar era cada vez más fresca y húmeda, casi resultaba extraña porque decían que estábamos en verano. El silencio se iba apoderando del espacio y el bramido de las olas entraba en competición con él. No se podía distinguir cuál de los sonidos era más poderoso, si aquel atronador silencio solo roto por algún graznido de gaviotas o el chocar del agua contra las rocas y la arena. Era la naturaleza que estaba compitiendo por retomar su poder, por recuperar su territorio. Yo era un ser extraño allí.
Me había quedado quieta, casi me daba miedo moverme porque en el fondo temía esos dos sonidos, que me generaban desasosiego, inseguridad. Tenía frio, no sé si a causa del viento o a causa de mi miedo. Mis pies se comenzaban a hundir en esa arena que en principio parecía seca pero que sorprendentemente ahora tenían un poco de agua a su alrededor, y sentí un escalofrío porque al darme cuenta pensé en que me podía quedar atrapada poco a poco  en esa arena.
Decidí moverme de forma cautelosa, casi sin manifestar ningún movimiento brusco, primero extendí mi espalda alargando mi cabeza hacia arriba como si un gigantesco  hilo tirase de mí, y de forma pausada, lentamente, fui extendiendo mi cuerpo hasta alcanza la verticalidad. ¡Lo había conseguido! Pero ahora tenía que salir de allí, moví un pie y sentí al hacerlo como si la arena mojada quisiese tirar de él para quedárselo, firmemente moví el otro pie y pensé, es sencillo , todo es cuestión de no parar, despacio para no llamar la atención y pasar desapercibido en mi movimiento, pero sobre todo no parar..
Mientras el poco sol que quedaba había quedado atrapado detrás de una duna, este era mi destino.
Por fin llegué a ella  y al hacerlo pensé que por fin lo había  conseguido. Al notar en mis pies la arena seca sentí al mismo tiempo por una parte su textura  que se empeñaba todavía en quedarse adherida a mis piel,  pero por otro lado sentía que todavía esa arena me seguía acompañando  generando una doble sensación, la del temor de no escapar a ella  pero también   una sensación de libertad al pensar que había podido escapar, huir.
Todo había sido como un sueño, un sueño irreal. Yo no tenía el por qué haber tenido miedo, era absurdo, la racionalidad me decía que lo que me había atrapado era la imaginación. Pero al pensarlo me giré sobre mí y me sorprendí al ver cómo me perseguían decenas de huellas, algunas de ellas  con un agua dorada en su superficie que vibraba amenazante por efecto del viento, mientras  otras estaban secas. Pero todas me seguían
.
Y yo creía que había conseguido escapar, pero. . . mis huellas me siguieron.

Mª Virtudes Várez Pérez.
22-9-18