Esta tarde me han llamado por teléfono, y en el auricular ha sonado una voz que ya creía
perdida.
Creí en su momento que se había terminado todo tipo de
relación familiar, el miedo, horror y desvarío de la muerte de alguien cercano
nos había separado.
Siempre en Navidad, desde muy niña venían a mi mente
las imágenes que yo tenía en mi cabeza sobre “El cuento de Navidad” de Dickens.
Lo habré leído montones de veces, escuchado en la radio el año pasado y hasta
los muñegotes lo representaron magníficamente. Pero nunca pude pensar en que un
día aquella historia de Ebenezer Scrooge se podía hacer realidad.
Eran demasiados los puntos de coincidencia, en parte
de los protagonistas, prestamista el personaje del libro, banquero /bancario el
personaje real.
Y este personaje
real se encontró de repente con que los fantasmas del pasado le salieron,
se escaparon del recuerdo, de la memoria
y lo atraparon, creándole un miedo feroz a la justicia de la vida, aquella en
la cual yo quiero seguir creyendo.
La Navidad hizo que su cabeza, su memoria recorriera,
como Ebenezer, aquellos otros caminos, los caminos con los “condes “ a su lado,
cogido de la mano, protegido, mimado, con las risas de María, los sones del trombón
de varas de Marcelino y el violín de José resonando en el fondo. Mientras
nuestra deliciosa y maravillosa abuelita Virtudes esperaba a todos para
sentarse a la mesa. Pero comprobó que ya no estaban todos, faltaban todos,
faltábamos todos de una u otra manera.
El silencio, las oscuridad de este día 21 del XII, con
una noche tan larga hicieron posible este “milagro de Navidad”. El milagro de
simplemente hablar, serenamente, profundamente.
Y me pregunto, será qué esta larga noche nos
predispone a realizar balance de nuestras vidas para poder comenzar una nueva
vida. Nos da valor a llamar a las cosas por su nombre, a los sentimientos, a
las vivencias, a las debilidades, a los
temores, a los secretos mejor guardados.
¿Podremos empezar una nueva vida?, una nueva vida caminando hacia la luz de ese día que ya mañana comienza a crecer ganando la batalla a la oscuridad, la oscuridad de la hipocresía, del que dirán, de las maquinaciones, de las maledicencias sobre aquel que se le da una palmadita en la espalda pero luego se le clava un puñal, el puñal de la palabra malintencionada, del silencio...
Quiero creer, necesito creer en una nueva vida, en una
luz que ilumine el camino hacia la verdad. Necesito avanzar a través del
silencio, de un silencio interior que me permita recorrer mi vida de una forma
serena para que lo negativo sea vencido,
para poder luchar contra la oscuridad, la oscuridad de la ignorancia, de la
injusticia, de la falta de comunicación, de la falta de solidaridad, de la
falta de amor verdadero.
(...) «¡Celebraré!», repitió el sobrino de Scrooge. «Pero si
tú no celebras nada...
(…)«Puede que haya muchas cosas buenas de las que no he
sacado provecho», replicó el sobrino, «entre ellas la Navidad. Pero estoy seguro
de que al llegar la Navidad aparte de la veneración debida a su sagrado nombre
y a su origen, si es que eso se puede apartar- siempre he pensado que son unas
fechas deliciosas, un tiempo de perdón, de afecto, de caridad; el único momento
que conozco en el largo calendario del año, en que hombres y mujeres parecen
haberse puesto de acuerdo para abrir libremente sus cerrados corazones y para
considerar a la gente de abajo como compañeros de viaje hacia la tumba y no como
seres de otra especie embarcados con otro destino.
… … …
(…) Pero el fantasma señalaba, con el dedo hacia abajo, la tumba que tenía
delante. «El rumbo de la vida de un hombre presagia cierto final que se
producirá si el hombre persevera, dijo Scrooge. «Pero si se modifica el rumbo,
el final cambiará. ¡Dime que eso es lo que me estás enseñando!»
“Cuento de Navidad” de
Charles Dickens
MªVirtudes Várez.
MªVirtudes Várez.
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