“—Sé cómo te sientes, pero todo hombre en este mundo es mejor que alguien. Y no tan bueno como alguien más. Joseph Terranova es más listo que Hubert, pero Hubert es igual de honrado a su manera.
que empieza a ejercitar sus capacidades, y a partir de ese momento todo el mundo es libre de ejercitar las capacidades que prefiera. Estoy ansiosa porque mis chicos y chicas empiecen a esforzarse por actuar de forma honorable.
En un estado democrático todo hombre es igual a los demás hombres hasta
No me importa lo que mis criaturas parezcan en la superficie. No me engañan ni los modales elegantes ni los malos modos.
Me interesa lo que hay debajo de los modales de cada clase. No me importa si una de mis criaturas es rica o pobre, brillante o lenta, genial o obtusa, con tal de que tenga humanidad, de que tenga corazón, de que ame la verdad y el honor, de que respete tanto a sus inferiores como a sus superiores.
Y si las criaturas de mi clase son humanas, no quiero que todas sean humanas del mismo modo.
Con tal de que no sean corruptas, no me importan sus diferencias. Quiero que cada una de mis criaturas sea ella misma. No quiero que seáis otra persona solamente para complacerme o para facilitar mi trabajo.
Me hartaría muy pronto de una clase llena de jóvenes damas y caballeros perfectos. Quiero que mis criaturas sean gente, todos distintos, todos especiales, que cada uno de ellos sea una variación agradable y excitante de los demás.
Quería que Hubert Ackley estuviera aquí para escuchar esto contigo, que entendiera junto contigo que aunque en el presente él no te caiga bien y tú no le caigas bien, eso es perfectamente natural. Quería que él supiera que los dos empezaréis a ser verdaderamente humanos cuando, a pesar del hecho de que no os caéis bien, os respetéis mutuamente.
Eso es lo que significa ser civilizados, eso es lo que tenemos que aprender del estudio de la historia antigua. Me alegro de haber hablado contigo más que con ninguna otra persona que conozco. Cuando te marches de esta escuela, mucho después de haberme olvidado a mí, estaré buscando señales tuyas en el mundo.
—La señorita Hicks volvió a sonarse la nariz y se secó los ojos con el pañuelo.—Ahora ve corriendo a la pista de atletismo.
El segundo hijo de la familia Macauley de Santa Clara Avenue en Ithaca, California, se levantó de su pupitre y abandonó la sala”.
(Gracias a mi hija Fátima, a mis hijos, a tantos alumnos que me han enriquecido como persona. Por aquellos que entendieron mi intento de que fueran libres, por aquellos que lo descubrieron después y por los que todavía tienen que descubrirlo. A todos ellos GRACIAS.)
Me interesa lo que hay debajo de los modales de cada clase. No me importa si una de mis criaturas es rica o pobre, brillante o lenta, genial o obtusa, con tal de que tenga humanidad, de que tenga corazón, de que ame la verdad y el honor, de que respete tanto a sus inferiores como a sus superiores.
Y si las criaturas de mi clase son humanas, no quiero que todas sean humanas del mismo modo.
Con tal de que no sean corruptas, no me importan sus diferencias. Quiero que cada una de mis criaturas sea ella misma. No quiero que seáis otra persona solamente para complacerme o para facilitar mi trabajo.
Me hartaría muy pronto de una clase llena de jóvenes damas y caballeros perfectos. Quiero que mis criaturas sean gente, todos distintos, todos especiales, que cada uno de ellos sea una variación agradable y excitante de los demás.
Quería que Hubert Ackley estuviera aquí para escuchar esto contigo, que entendiera junto contigo que aunque en el presente él no te caiga bien y tú no le caigas bien, eso es perfectamente natural. Quería que él supiera que los dos empezaréis a ser verdaderamente humanos cuando, a pesar del hecho de que no os caéis bien, os respetéis mutuamente.
Eso es lo que significa ser civilizados, eso es lo que tenemos que aprender del estudio de la historia antigua. Me alegro de haber hablado contigo más que con ninguna otra persona que conozco. Cuando te marches de esta escuela, mucho después de haberme olvidado a mí, estaré buscando señales tuyas en el mundo.
—La señorita Hicks volvió a sonarse la nariz y se secó los ojos con el pañuelo.—Ahora ve corriendo a la pista de atletismo.
El segundo hijo de la familia Macauley de Santa Clara Avenue en Ithaca, California, se levantó de su pupitre y abandonó la sala”.
(Gracias a mi hija Fátima, a mis hijos, a tantos alumnos que me han enriquecido como persona. Por aquellos que entendieron mi intento de que fueran libres, por aquellos que lo descubrieron después y por los que todavía tienen que descubrirlo. A todos ellos GRACIAS.)
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