La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla. G. García Márquez
(Vivir para contarlo)
"De niños jugábamos en la calle, la calle era nuestra, era
nuestro territorio en el que todos teníamos cabida, grandes y pequeños.
Corríamos, jugábamos a la correa, al escondite, a paró, a las tiendas, a contar
cuentos de miedo en la tardes oscuras del otoño, cuando la noche se apoderaba
de la luz.
Conocíamos el arte de contar retahílas, cuentos, de inventar
historias de miedo en las noches oscuras del otoño: “Marieta, Marieta, asadura
de mi sepultura, voy por la primera escalera…”y a tanta cosas que son difíciles de enumerar.
Mientras el olor de las castañas
asadas inundaba nuestras narices.
O bien oíamos como una señora vestida de
negro, con un mantón también negro y con una cesta muy grande venía pregonando
¡¡BOLLOS!! eran los bollos de crema de Gloria, gloria bendita, al morderlos
llevaban crema de verdad y nuestra nariz se quedaba empolvada por el azúcar.
Y después de tanto correr, tanto
salto y tantas emociones aun nos quedaba tiempo para escuchar aquellas historias
que contaban los mayores, los abuelos, aunque en ocasiones nos apartaban para que no las oyéramos,
pero daba igual terminábamos oyendo con más deleite lo que querían que no supiéramos.
¡Cuánto agradezco aquellas historias
secretas!, que luego confirmarían otros protagonistas, hicieron que conociera mi
historia, y a mis gentes. Y que las amara.
Era un microcosmos en el que cabía
todo, oíamos hablar de amores adulteros,
de historia políticas en voz muy baja.
Descubrí que existía un cementerio
civil protegido por una tapia muy alta, muy gris, al pasar por delante de la puerta del mismo me llamaba la atención el aspecto que presentaba, los altos muros, estaban hechos de piedra sin revocar. Todo estaba lleno de hierbas secas, muy altas, cubriendo todo el espacio, simplemente alterado por un brote de color que quería inundar y anular tanta tristeza, tanto anonimato. Era un ramo muy simple llevado por un familiar casi a escondidas. Nadie vivo en su interior rendía un recuerdo a aquellos muertos.
Pero habían otros muertos, los muertoss de amor, si , muertos de amor, allí estaban
enterrados aquellos que habían amado a una mujer y se había separado de la suya
y luego se habían suicidado.
Y pensabas en tus cortos años y
mente efervescente ¿cuánto amor?
Y también aquellos que se habían
negado a confesar o bien aquellos que fueron miembros de partidos políticos antes de la guerra, las historias sobre estos últimos eran muy interesantes.
¡Menudo cacao mental, habían muertos de
primera y de segunda. Yo estaba acostumbrada a ver entierros y enterricos, a
ver a un monaguillo haciendo sonar una campanilla acompañando al cura por las
calles a dar la extremaunción.
Veíamos la muerte como una parte más, una parte
natural de la vida.
Algunos de los amigos al morirse su abuelo, nos llevaban a
sus casas para que viéramos lo guapo que estaba su abuelo, y no pasaba nada.
Eran las dos
caras de la moneda, la vida y la muerte.
La muerte no era tan aséptica y
profiláctica como es hoy en día.
La muerte formaba parte de la vida.
¡Cuánto aprendí yo en aquellas
noches."
Fragmento
de la conferencia “Villena a pie de Calle”dentro de las II JORNADAS DE PATRIMONIO INTEGRAL: LA VALORACIÓN DEL
PATRIMONIO Y DE LA IDENTIDAD LOCAL , Sede Universitaria de Villena. 6 de marzo 2014.
Mª
Virtudes Várez Pérez.