Llega el 31 de octubre, un día teñido de color gris oscuro
Han pasado los años y a pesar de tener una muy buena memoria nunca había pensado en el anonimato de algunos muertos.
Con los años me he dado cuenta de cómo desaparecemos nos solo de la memoria sino hasta de este ritual del recuerdo a los mismos.
Y pienso en que hay seres a los que nadie ha llevado nunca flores. Y pienso en ti, aquella gran mujer que se dio en vida y alma a todos y de como nunca nadie le ha llevado una flor, estabas lejos, muy lejos. Sí, podría ser peor, porque después de todo sí me acuerdo de ti. Siento tu calor, tu piel sobre mi cara cuando me abrazabas y la tuya tocaba la mía dándome besos, esos besos que solo tú podías darnos. Tiendo la mano y creo que puedo sentir la tuya cogiendo la mía y me siento más fuerte. Pero no quiero que la memoria también te olvide, que tu recuerdo se diluya en la nada. Llegamos tarde y algunos ni siquiera llegan, pero no me sirve de consuelo ese pensamiento.
Y ese estar tan lejos hizo que se extendiera a todos tus hijos, y saltara generaciones, cada uno en un lugar diferente, salvo mamá y José. Por esa razón, creo que mi madre siempre decía, “nena en el cementerio no hay nada, solo huesos, las flores en la mesa, no en el cementerio, pon una mesa bonita y haz una buena comida, todo en recuerdo de todos”
¡Es la diáspora de la vida!