Hoy he oído hablar de un
libro, “La pluma” de Amalia Marfeo, escritora novel, y me ha sorprendido su
presentación así como la descripción del contenido de la novela y del
significado de la escritura con pluma, junto a las historias de la plumas.
Soy una adepta a la
escritura con pluma.
¡Si yo tuviera las plumas
que he destrozado en mi niñez!
Me gusta el trazo del
plumín rasgando el papel o más bien bailando sobre él, porque con una pluma
aparece un nuevo sentido, el sentir que
escribes, lo sientes en el tacto al desplazar la pluma, la escuchas susurrándote
la palabras al arañar el folio, hueles
las palabras porque como en los viejos libros hay olor, el olor a tinta. Es una
escritura con todos los sentidos.
Decían los grafólogos que
solo cuando se escribe con pluma se puede analizar con más certeza la escritura.
Incluso en el nacimiento de los bolígrafos, los Notarios no dejaban firmar sus
protocolos con bolígrafo, debían firmar con pluma estilográfica, porque se
alteraba el trazo de la letra.
Y de repente aparece en
mi cabeza un recuerdo asociado a una pluma.
Finales de los 50.
Hacía mucho calor, la Americana
le molestaba, era comienzo del verano y había decidido volver por el puerto de
Biar para ir al Secanet.
Las revuelta de la subida
hasta llegar a la cantera, una curva detrás de otra, culminando el puerto
comenzaba una bajada, que siempre que podía solía hacerla con el motor del
coche apagado, bajaba solo, eran otros tiempos y otros coches.
Después de todo si somos
sinceros y tenemos memoria recordamos que en aquello años que se acercaban a
los 60 casi no había tráfico, por no decir que el pasar de un coche sobre todo en
los pequeños pueblos era motivo de acercarse a la persiana y mirar por ente las
varillas. ¡Había pasado un coche! Y a esas horas con tanto calor.
Pero en el fondo de ese
recorrido había una búsqueda, la de un placer, sencillo y maravilloso, beber
agua en la fuente del lavadero de Biar. Sentía pasión por beber agua de los
chorros, manantiales o regatos, estaba acostumbrado a hacerlo, era parte de su
vida y además se había potenciado en sus años
de vivencia en Duruelo de la Sierra.
Llegó, paró, porque no
creo que pueda decir que aparcó el coche, un “Citroën 15 ligero”, me hace gracia, en la distancia
aquello de “ligero”. Y bajó a beber agua del caño, se quitó las gafas y mojo su
inmensa calva, ¡era un placer de dioses! Pero, de repente observó que
arrastrada por el agua se alejaba su pluma estilográfica, que siempre llevaba
en el bolsillo de la americana o de la camisa, su Sheaffer se había marchado, no se lo podía
creer.
Nunca más volvió a beber
agua en aquella fuente, y yo cada vez que paso me acuerdo de la historia y
pienso en que cuando en algún momento se hagan excavaciones arqueológicas se deberán
quedar sorprendidos, si es que esta quedó atrapada en la tierra, cuando la
encuentren, o quizás siguió el curso de alguna acequia y sorprendió a un burro
al beber, y si llegó a comérsela no sabremos qué sabor encontró. Pero si fue
así, el burro tendría la lengua azul, para sorpresa y preocupación de su dueño.
Las plumas estilográficas
sirven para muchas cosas,¡ hasta para los burros!
Mª Virrtudes Várez