miércoles, 31 de julio de 2019

Pequeños placeres.




Hoy he oído hablar de un libro, “La pluma” de Amalia Marfeo, escritora novel, y me ha sorprendido su presentación así como la descripción del contenido de la novela y del significado de la escritura con pluma, junto a las historias de la plumas.

Soy una adepta a la escritura  con pluma.
¡Si yo tuviera las plumas que he destrozado en mi niñez!
Me gusta el trazo del plumín rasgando el papel o más bien bailando sobre él, porque con una pluma aparece un nuevo  sentido, el sentir que escribes, lo sientes en el tacto al desplazar la pluma, la escuchas susurrándote la palabras al arañar el folio,   hueles las palabras porque como en los viejos libros hay olor, el olor a tinta. Es una escritura con todos los sentidos.
Decían los grafólogos que solo cuando se escribe con pluma se puede analizar con más certeza la escritura. Incluso en el nacimiento de los bolígrafos, los Notarios no dejaban firmar sus protocolos con bolígrafo, debían firmar con pluma estilográfica, porque se alteraba el trazo de la letra.
Y de repente aparece en mi cabeza un recuerdo asociado a una pluma.
Finales de los 50.
Hacía mucho calor, la Americana le molestaba, era comienzo del verano y había decidido volver por el puerto de Biar para ir al Secanet.
Las revuelta de la subida hasta llegar a la cantera, una curva detrás de otra, culminando el puerto comenzaba una bajada, que siempre que podía solía hacerla con el motor del coche apagado, bajaba solo, eran otros tiempos y otros coches.
Después de todo si somos sinceros y tenemos memoria recordamos que en aquello años que se acercaban a los 60 casi no había tráfico, por no decir que el pasar de un coche sobre todo en los pequeños pueblos era motivo de acercarse a la persiana y mirar por ente las varillas. ¡Había pasado un coche! Y a esas horas con tanto calor.
Pero en el fondo de ese recorrido  había una búsqueda, la  de un placer, sencillo y maravilloso, beber agua en la fuente del lavadero de Biar. Sentía pasión por beber agua de los chorros, manantiales o regatos, estaba acostumbrado a hacerlo, era parte de su vida y además se había potenciado en sus años  de vivencia en Duruelo de la Sierra.
Llegó, paró, porque no creo que pueda decir que aparcó el coche, un “Citroën 15  ligero”, me hace gracia, en la distancia aquello de “ligero”. Y bajó a beber agua del caño, se quitó las gafas y mojo su inmensa calva, ¡era un placer de dioses! Pero, de repente observó que arrastrada por el agua se alejaba su pluma estilográfica, que siempre llevaba en el bolsillo de la americana o de la camisa, su  Sheaffer se había marchado, no se lo podía creer.
Nunca más volvió a beber agua en aquella fuente, y yo cada vez que paso me acuerdo de la historia y pienso en que cuando en algún momento se hagan excavaciones arqueológicas se deberán quedar sorprendidos, si es que esta quedó atrapada en la tierra, cuando la encuentren, o quizás siguió el curso de alguna acequia y sorprendió a un burro al beber, y si llegó a comérsela no sabremos qué sabor encontró. Pero si fue así, el burro tendría la lengua azul, para sorpresa y preocupación de su dueño.
Las plumas estilográficas sirven para muchas cosas,¡ hasta para los burros!

Mª Virrtudes Várez