Han pasado dos solsticio y sus días, quizás demasiado
deprisa y yo había abandonado mis historias.
Será…, que me hago vieja y tengo tantas cosas que
hacer que me falta tiempo para todo.
He recorrido por mis recordatorios diversos temas, la
poesía, reflexiones mías y como no el cuento que escribí por estas fechas para
María y Aina..
Pero hoy, si soy
sincera quisiera estar muy lejos de aquí, pienso y siento que estoy en el
camino, de acceso a San Bartolomé, Ucero, Cañón del río Lobos, y que de nuevo
andando me voy a encontrar con un regalo que en su día me sorprendió, sigo
teniendo la sensación de que existe la magia. Una gama cruzó delante de
nosotros, saltando un riachuelo acompañada por su gamito, cruzó y de repente se
medio paró, giró su cabeza y nos miró con confianza, sin miedo, unos ojos muy grandes.
Esta historia parece increíble, falsa incluso, pero no lo
es. Nos miramos cara a cara, yo también llevaba de la mano a una cría, a mi
hija Andrea que con sus ojos abiertos de par en par miraba asombrada y me preguntaba que si
la gama y su gamito eran de verdad.
Imágenes a las que recurro en algún momento de mi vida,
porque me dan paz. Al recordarlo soy capaz de sentir los rayos del sol, aquella
brisa caliente que emanaba del suelo,
era todo un día, el tiempo suficiente, para haber calentado la tierra y el viento
removía aquel calor expulsándolo del territorio. Solos se oían los grillos
reñir por grillar cada vez más alto, aunque el resto de mis chicos iban
corriendo delante, bastante delante, casi desesperados por entrar en la gruta.
Para ellos aquella gruta estaba cargada de magia.
Y me pregunto dónde estaba la magia, en aquellos lugares o
en nosotros mismos.
Ahora en la distancia
de los años pienso que la magia es sencilla y humilde, que esta
parapetada, en ciertos momentos escondida detrás de nosotros mismos y como
somos muy torpes no nos damos cuenta y no nos giramos para encontrarla, quizás
es qu,e es esquiva y ella se giraría hacia otro lado cuando nosotros la buscáramos.
Ella quiere ser parte de nosotros pero
nosotros debemos ser capaces de encontrarla en cosa, vivencias, palabras,
silencios o simplemente en esta corriente de aire que ahora me envuelve al
entrar por mi balcón, cosas, momentos sencillos.
Oigo una música de fondo, el silencio o el ruido de un día
cualquiera se ha cambiado por la música, aquella que Alfredo Conde en su novela
“Los otros días” trataba de transformar en agua y conseguir licuarla, y por
supuesto que cubriera nuestros cuerpos.
Creo que este año he aprendido muchas cosas.
¡Feliz solsticio de verano 2019.!
MªVirtudes Várez