miércoles, 11 de mayo de 2016

Crónica de un río entre dos ríos.I parte




Tras veintidós años de acudir a mi cita con estas tierras vino un paréntesis de quince años en que no volví. Las imágenes de sus rincones, de sus calles, de sus casas abandonadas esperando una resurrección seguían en pie, algunas habían sucumbido al paso del tiempo que no perdona. El sonido del discurrir del agua, ese silencio que se produce después de una nevada roto por un leve quejido de la nieve, es algo que me acompaña siempre, hasta cuando me operaron me dormí o me durmieron mientras pensaba que estaba allí. 




 Emociones contrapuestas al ver como ha pasado el tiempo para todos, como esa agua había arrastrado viejas historias y probablemente habían terminado en nuestro Mediterráneo fundiéndose entre sus aguas. Siempre decía a mis hijos al pasar por encima del río : “nenes mirad el Ebro”, porque: “como decía aquel recluta  baturro al ser destinado a Barcelona como soldado y al ver el mar por primera vez, se quedó extasiado y un compañero le preguntó ¿qué te parece el mar?  Y sencillamente  respondió: ancho sí  que es, pero el Ebro es más largo” Y yo digo lo mismo, el Ebro es mucho río.

Mi vida está unida al agua y tengo dos ríos en mi vida, el Duero por nacimiento y sentimiento,  y el Ebro por amor y vivencias. Casi se dan la mano, pero  siguen caminos opuestos como mis sentimientos, como mí vida.

Pisé las nieves y al hacerlo sabía que esa nieve sería agua y volvería al mar, lentamente inexorablemente, pero volvería y se llevaría consigo muchas historias, pero al evaporarse de nuevo caería en la tierra fructificándola y creando vida, una nueva vida. Comenzaría un nuevo ciclo de vida

El Pirineo Central, el español  y el francés, representan la libertad, la lucha de unos hombres por la supervivencia, una lucha muy dura. Según se vaya a una ladera o a la otra del Pirineo siempre encuentro esa lucha. Son tantas las historias atrapadas entre sus piedras que se agolpan en este teclado, y primero en mi mente. Aragnouet y los evadidos en plena Segunda Guerra Mundial, judíos, paracaidistas aliados, cruzando esos farallones que protegen las montañas, huyendo del nazismo, la ayuda de los pastores españoles a cruzar aquellos riscos helados.  Los huidos españoles en el 39, a través de Bujaruelo, como ya hicieron en su día  los soldados de Napoleón, los expulsados de Jánovas, siempre luchando, en una lucha irredenta por recuperar su territorio. El admirable ejemplo de solidaridad cristiana en aquella Bolsa de Bielsa en los últimos momentos de la Guerra Civil, por parte del Monasterio de San Veturian,  y de cómo unos monjes darán cobijo, calor, mantas, asistencia sanitaria a enfermos, heridos, mujeres y niños sin plantearse en ningún momento nada más que un hecho, necesitaban ayuda y ellos darían la hospitalidad. Hospitalidad que tuvieron que pagar a un precio muy alto por aquellos que supuestamente pertenecían al mismo gremio, el obispado. Se desmantelaría San Veturian, fue el precio, un precio excesivo. Pero  hay que seguir el hilo conductor para poder localizar una pequeña parte de aquellos bienes: la sillería de coro está en Boltaña, el retablo de Forment en una capilla lateral de la catedral de Barbastro, los libros, los cuadros que atestiguaban aquel esplendor al coronar a los reyes del antiguo reino de Aragón en la Edad Media habían desaparecido. Era lógico, primero se quitaron las tejas y el monasterio quedó  al descubierto en medio de Peña Montañesa y el tiempo fue degradando parte del edificio, piedra a piedra, lenta e inexorablemente. Pero esa resistencia de esa tierra se hizo palmaria y  hubo una buena parte del monasterio que se declaró rebelde, que se sintió orgullosa de resistir y lo hizo como testimonio de la lucha de estos hombres.
Y queda San Juanypablo (todo junto), san Adrián de Sasave que según parece custodió el Santo Grial tras pasar el Portus Sumus, antes de llegar a San Juan de la Peña… (Si Indiana Jones lo hubiera sabido, ¡qué buena película se habría hecho!)
Aquel rincón en que sonaron las estrofas de “La Paloma” de Iradier acompañadas por su bella historia, una historia que se tragará el tiempo, con suerte durará un par de generaciones, las de mis hijos y quizás mis nietos. Y el tiempo hará a todos iguales, pero en este caso la verdad se diluirá entre las aguas.
Admiro el amor por su identidad, por su tierra, su solidaridad. Son duros como buenos montañeses, pero su corazón es fuerte.
¡¡¡Ay, mis tierras, mis ríos, cómo os habéis metido en mí corazón!!!
    
 MªVirtudes Várez.