viernes, 23 de mayo de 2014

"La puerta estaba abierta"(Fragmento)




 "La puerta estaba abierta"(Fragmento)

(...) Un olor a incienso y cera  se expandía, invadía los callejones y penetraba por las rendijas de los balcones. Sonaba la esquila de las cabras a contrapunto de una campanilla cuyo sonido casi apagado se escapaba del recinto.

Cuanto más miraba, sin cruzar la puerta, veía discurrir nuevas escenas, diversas, casi en color sepia.

Campesinos con capazos de esparto. Capazos tejidos, hechos en los descansos del trabajo de aquella huerta, fértil, cuando a la vuelta de  una jornada venían con las atochas atadas a los serones, recogidas en los campos yermos, secos. Luego las trenzarían, hábilmente, brizna a brizna, con la paciencia infinita de los años, aquella interminable cinta que luego coserían, en las calles, sentados en las sillas de anea, a la sombra de los aleros, al fresco de la tierra  mojada por el rociar de un cubo, atravesadas por las golondrinas volando tan bajo que parecerían querer participar de aquella vida. Y lentamente tras coser las tiras,  surgirían tantas cosas , capazos, caracoleras, alpargatas, el margual para avivar los fuegos, las sogas, ... Para todo servía el esparto.

 Llegaban con los capazos cargados de olorosas naranjas, voluptuosas, que competían en olor y color con unas alcachofas inmensas. Alcachofas de hojas fuertes, duras, cerradas, con fuertes puntas afiladas queriendo defender su nombre, su origen denostado,  y su ligazón a la tierra "lengüetas de la tierra". Protegiendo dentro de ellas un tierno corazón. Duras por fuera  pero tremendamente tiernas en su interior, temerosas de ser deshojadas y morir en un arrebato de vergüenza por su desnudez.

Era dolorosa la semejanza entre estos productos y sus portadores. Duros, ásperos, con la cara cubierta de surcos, del color de la tierra. Los ojos entornados por tantos soles y tantos polvos, tanta sequedad y  tantas aguas. Unas manos grandes, muy grandes, tremendamente fuertes, pero habilidosas, tiernas, capaces de pasar de la tierra a la caricia en un instante, manos llenas de amores.

 Aprovechar hasta el último instante de  asueto, aunque en el fondo no sabían bien que era aquello. Había que trabajar y abastecer  las mínimas necesidades de la familia con lo que les daba aquella tierra.

Estos hombres tenían un don especial, el don de la creación, un don casi bíblico, como aquel grano de mostaza que se transformó  en una  planta tan grande que albergaría y alimentaría los pájaros, casi como un árbol, protector, benefactor...
(...)

"La puerta estaba abierta",  Mª Virtudes Várez